“Encuentro una extraña belleza en los musicales”, dijo John Woo recientemente en una extensa entrevista publicada por The New Yorker. “La gente luce hermosa, las canciones son hermosas, y en las películas siempre hay cierta esperanza para tener una vida igual de hermosa. Me crié en barrios bajos y los musicales me hicieron soñar”. Woo cambió su nombre por John (tomó el nombre de Juan, el apóstol, el best friend forever de Jesús) y luego de filmar cortos en 16 mm junto a un grupo de amigos, trabajó para el director Chang Cheh, uno de los máximos referentes del cine hongkonés de artes marciales y de acción, con más de cien películas estrenadas. Woo aprendió de Cheh que prácticamente no había diferencia entre una escena de pelea y una de baile; las dos se coreografiaban de la misma manera, las dos ofrecían infinitas posibilidades cinematográficas.

Woo desembarcó en Estados Unidos en 1992 y se convirtió en el primer director chino en filmar en Hollywood. Su nombre estaba en boca de los grandes directores, como Tarantino, Scorsese o Katheryn Bigelow. Había hecho una carrera promisoria llena de éxitos en Hong Kong como director de comedias (que odiaba hacer) y luego con películas de acción y de artes marciales, como The Killer (1989) en donde el protagonista, un asesino a sueldo, acepta un encargo para pagarle el trasplante de córnea a la bailarina de un club nocturno, y A Better Tomorrow (1986), una de las películas más caras y más taquilleras del cine de Hong Kong, superado por él mismo, años después, con su épica película de seis horas, El acantilado rojo (2008). Woo se dio cuenta que el cine de acción en Estados Unidos no mezclaba los géneros; no había lugar para la comedia o para el drama en una misma película, y pudo barajar esos elementos en su primera película, Hard Target (1993), con Jean-Claude Van Damme. Le siguieron Código Flecha Rota (1996), con el eterno regreso de John Travolta y el eterno egreso de Christian Slater; Contracara (1997), con Nicolas Cage y Travolta, nuevamente, y el batacazo con la franquicia de Misión Imposible: 2 (2000). Como su adorado Jean-Pierre Melville, Woo logró su éxito como autor dentro del poco sofisticado mundo del cine de acción, y nunca más consiguió filmar luego del estrepitoso fracaso de Paycheck.

Veinte años después, regresa de manera discreta con Venganza silenciosa, una película de acción estilizada, en donde no hay un solo diálogo. Eso fue lo que lo cautivó del guión: la falta absoluta de palabras. “Pensé: es la historia ideal para mi porque así puedo llevar al máximo mis habilidades para contar una historia con imágenes y sonido”. La película es más que una muestra de recursos ingeniosos o uno de esos desafíos que los directores se imponen cada tanto: es una gran partitura musical cuyo efecto sonoro y visual conduce al espectador por una experiencia cinematográfica que parece de otra época, un tipo de cine que parece de antaño aunque no han pasado apenas menos de treinta años. El manejo soberbio de la puesta en escena se monta sobre una premisa muy sencilla; la venganza de un padre por la muerte de su hijo durante la Nochebuena en el espacio de una sola noche. No hay más que eso. Woo vuelve al cine de acción después de que las puertas se le cerrasen con Paycheck (2003), su desafortunada adaptación de un cuento de Phillip Dick, con un pésimo Ben Affleck cuando aún esperaba tener algún futuro como actor versátil.

A los ochenta años, el regreso a Hollywood encuentra a Woo con un cine que ha cambiado. “Es dificil encontrar financiación para el tipo de películas que me interesa hacer, mucho menos para lo que me gustaría hacer, como un musical o un western”. También tiene su opinión sobre lo que Martin Scorsese llamó “películas de parques de diversiones”, es decir, las grandes franquicias de Marvel o DC que ocupan gran parte de las salas de Estados Unidos y del mundo. “Me gustan las películas con un estilo más anticuado. Cine que parezca de verdad. No hay tantas películas de ese estilo hoy en día". Lo más extraño es que muchas películas que se estrenan han copiado su estilo como por ejemplo la saga de John Wick, por ejemplo, es deudora no solo de sus formas coreográficas sino del absurdo de sus premisas. Y cuando se le pregunta por eso, se siente halagado y no cree estar de regreso, o al menos no lo siente así: “La primera vez que vine a Estados Unidos estaba sorprendido con que mis películas llamaran la atención por su variedad de elementos y registros. Ahora, el cine que hago se ha convertido en un género en sí mismo, como el cine de Clint Eastwood, a quien adoro. Me alegra eso. Me alegra que volver a Hollywood sea un poco como estar en casa”.


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