La experiencia interior de los personajes define su lugar en el mundo. Eisenberg es heredera de cierta tradición cuentística norteamericana, como John Cheever, Raymond Carver y bastante más acá Lorrie Moore y Ann Beattie. comparte con muchos de estos autores las experiencias urbanas, la ciudad como forma más que como fondo, los vínculos que se construyen entre rascacielos, particularmente una ciudad como Nueva York, cuya herencia literaria ha constituido un género en sí mismo, con la forma narrativa de la revista The New Yorker como faro (el último relato narra los eventos del atentado contra las Torres Gemelas del 11 de Septiembre del 2001). En ese sentido, los personajes de Eisenberg, como la pareja que discute con unos amigos en el cuento “El Robo” o la amistad tóxica entre una chica y un chico en “Peligros como estos”, no están alejados de las maneras frías y neuróticas que tienen los personajes de Woody Allen para relacionarse; estableciendo distancia en la cercanía, juicios de valor en la falta de certezas y en muchos casos una sobre intelectualización de las emociones.

Aunque, a diferencia del mencionado Allen (o incluso de Lorrie Moore), Eisenberg se reserva un espacio importante en su imaginación literaria para analizar la confusión emocional que se crean, estallan y cruzan en los vínculos aleatorios, diversos o elegidos por sus personajes, como si ella los estuviera auscultando, o mejor, como si se tratara de una química que elige mezclar y lanzar a sus personajes a contextos extraños para observar sus reacciones. En la mirada infantil de una niña que observa a una familia puesta en crisis en “Sirenas” o en las relaciones familiares empujadas ante la luz del prisma de la decadencia inevitable en el cuento que lleva el título de la selección, Eisenberg encuentra vestigios narrativos para lo que más le interesa: tensar las frases. Cada frase parece puesta al servicio de reinventar la frase anterior. En esa tensión entre deriva y contención, entre indagación dramática y profundidad psicológica, es donde encuentra el tono narrativo que define sus relatos.

Por ejemplo, en “Sirenas” dice la narradora: “Para Kyla, las vacaciones venían avanzando hacia ella desde hacía semanas y semanas, primero como un puntito en la periferia de su visión, después como algo cada vez más grande, más cerca y más rápido, hasta que llegaron como una tromba, barriendo con todo lo demás, y su madre ya la estaba dejando en la casa de los Laskey donde la esperaban”. Como si se tratara de un ejercicio de desplazamiento y condensación, los cuentos de Eisenberg parecen bordear el mundo desde una percepción de ensueño, ligeramente dislocada y desfasada. El simple hecho de irse de vacaciones se convierte en qué hace el personaje con ese torrente emocional que las vacaciones producen en ella. Hay algo de “sabiduría” en esa forma de narrar estas vidas condensadas que la autora ejecuta sin ejercer moralismos sobre sus personajes con una mirada compasiva, sobre todo cuando narra en tercera persona. Eisenberg guarda la distancia justa, entre cercanía y lejanía, como si supiera, gracias al tiempo que acumula experiencia detrás de una vida, que lo que se vive comienza como algo que creemos muy grande y veloz, y termina por convertirse en un puntito más en la periferia de nuestra visión. 

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