Gallo juega con varios elementos en la novela. El simbolismo se despliega a lo largo del texto. No son los hechos lo que hacen avanzar la acción (su concatenación lógica) sino la impresión siempre borrosa que los hechos tienen sobre Catalina. Lo que el personaje vive es una suspensión del tiempo, y es el tiempo discurrido lo que le permite empañar el nuevo mundo que habita. El clima de la novela se vuelve terrorífico y gótico, como en un cuento para chicos de los hermanos Grimm. La forma de la fábula está ahí; el bosque, la mujer sola en una casa (como una bruja) en su casa, el hombre perdido (castrado), la inminencia de la noche como un espacio de descubrimiento y enrarecimiento, los dulces que parecen pócimas hasta convertirse en venenos y los animales (hay varios conejos que para las fábulas tienen siempre un significado), todos esos elementos actúan para crear esa impresión de realidad que el narrador hace en Catalina y por añadidura con el lector. Gallo logra un pequeño milagro literario: que la novela se sostenga sobre una sucesión de imágenes simbólicas sin perder nunca el ritmo ni develar el misterio de lo que cuenta.
El “no” del título parece sacado de un cartel, de esos que abundan en la Patagonia: “no pasar”. “Cuando un lugar no te quiere, te lo hace saber. Sobre todo un lugar como este” le dice Richard, un exiliado, a Catalina. La Patagonia, como pocos lugares en la Argentina, esconde una dualidad: es un territorio de exuberancia y belleza pero carga con una historia de violencia y usurpación. Pero el “no” funciona no solamente para hablar del espacio al que se mueven las intenciones de los personajes. Al igual que en su primer libro, el título opera como una advertencia; una alocución performativa. Al igual que el archicitado personaje de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, cuando dice preferiría no hacerlo, el “no” de Las chicas no lloran también actúa acá de un modo similar cuando se asegura, desde el vamos, que lo que estamos por leer no son vacaciones. Aunque, similar a un mantra, la negación detiene la acción del personaje al tiempo que hace avanzar su intención; esos patrones de conducta, como en una película de Yasujiro Ozu, son los que configuran el mundo de las decisiones no siempre conscientes, hacen que el viaje conduzca hacia una epifanía y, de la lectura, una experiencia perdurable.
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