Mireille Fanon en la Conferencia de la Diáspora Africana de las Americas, Salvador de Bahía, Brasil. Imagen: Filipe Araujo / MinC

Usted ha visitado en varias ocasiones distintos países de América Latina, ¿cómo evalúa la situación política actual en la región, particularmente en el contexto del avance de la derecha y los ataques sistemáticos contra los gobiernos progresistas? ¿Qué elementos considera fundamentales para entender esta dinámica?

No estoy segura de poder responder a esta pregunta porque no soy una especialista ni una experta en la situación sudamericana. Pero si tomamos un solo ejemplo, el de Venezuela, como siempre, se trata de un proyecto imperialista hegemónico para destruir todo Estado y país que cuestione la supremacía blanca y la modernidad eurocéntrica. Y cuando un país se niega a aplicar lo que quieren los colonizadores occidentales, la única salida que les queda es matarlo y acusarlo de corrupción y de una elección falsa. Para imponer a alguien como Guaidó pero también como Ariel Henry o Jovenel Moïse en Haití, imponen a su presidente. En Haití, el presidente es elegido por Estados Unidos desde hace años y años, décadas, incluso. Y esa es la razón por la que el pueblo de Haití está en la calle y se está manifestando contra este modelo imperial que los mata.

Debemos ser muy cuidadosos, estudiar muy bien lo que sucedió en Haití, porque podría suceder en todos los países donde el pueblo y el gobierno están en contra del orden imperial, como está sucediendo en Palestina ahora mismo. Este orden imperial, desde 1492, ha decidido utilizar los cuerpos negros para su beneficio, y si estos cuerpos negros no son lo suficientemente productivos, los matarán. Es precisamente cuando un país decide oponerse a este orden imperial que primero deslegitiman el gobierno, la política, y luego matan a la gente. Es exactamente lo que vemos en Palestina, en Yemen, o en la República Democrática del Congo. Es exactamente el mismo paradigma desde 1492. Por eso tenemos que ser muy conscientes de lo que decimos y de cómo lo decimos.

Cuando afirmamos simplemente "restitución", hay que tener en cuenta que la restitución no es nada en relación con la guerra interminable contra la gente. La restitución no es un problema; y si Occidente quiere decir simplemente "Bueno, no hay reparación sino restitución", saben lo que están haciendo. Siguen dominando, deciden dominar al pueblo y continúan con su control; y la cuestión de la reparación, que es una forma de emancipar al pueblo, no se planteará porque no la quieren. Por eso, cuando estamos aquí, es difícil entender que las personas hablen simplemente de restitución. Es realmente doloroso. Es doloroso porque todos los días hay personas que matan y mueren por ser negras. ¿Y creemos que la restitución detendrá el racismo estructural e institucional? No lo creo.

Hace algún tiempo, al inicio del mandato de Gabriel Boric en Chile, usted generó controversia al rechazar una invitación oficial que le hicieron para asistir a su toma de posesión. Sin embargo, ahora ha anunciado que viajará a Chile en las próximas semanas. ¿Podría compartir qué razones la llevan a hacer este viaje y cuál es su agenda en un contexto donde el pueblo mapuche sigue siendo objeto de represión y despojo? ¿Cómo se relaciona esto con su visión más amplia de la lucha por la tierra y las reparaciones en el contexto global?

En 2011 y 2012 fui observadora en un juicio en Temuco y Concepción para el pueblo mapuche, que hasta hoy sigue siendo víctima del gobierno chileno, pues algunas empresas transnacionales continúan intentando despojarlos de sus tierras ancestrales. Esa fue la razón principal por la que rechacé la invitación a la toma de posesión de Boric. Para mí, quien se postula a la presidencia debe asumir la existencia de un pueblo con una tradición milenaria y una lucha constante por sus tierras, que además están protegidas por derecho a través del Convenio 169 de la OIT. Resulta incomprensible ver cómo al pueblo mapuche no solo se le impide vivir en su tierra, sino que, cuando resisten, se les criminaliza.

Además, en la Constitución chilena sigue vigente un artículo instaurado durante la dictadura de Pinochet, que es simplemente abominable. Cuando Michelle Bachelet fue presidenta prometió abolirlo pero nunca lo hizo. De hecho, lo aplicó contra el pueblo mapuche en el mismo período en que yo estaba en Chile. Para mí, lo más escandaloso es que luego la eligieran Alta Comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. ¿Cómo puede la comunidad internacional seleccionar a una persona que consintió que la policía y el ejército mataran a su gente? ¿Cómo es posible que se tolere eso? Y lo más perturbador es que la comunidad internacional asuma esa normalización.

En ese momento ya estaba convencida de que Boric no haría nada para eliminar esta política represiva. Casi un año después de su asunción, mi sospecha se confirmó: no ha hecho absolutamente nada para revertir la aplicación de este artículo. Ya en sus primeros discursos me resultaba evidente que no tenía intención de tocar este tema. Por eso decidí rechazar abiertamente la invitación, y considero que como figura pública es importante explicar este tipo de decisiones. Si uno no lo hace, se corre el riesgo de ser malinterpretado. Yo preferí ser clara: aceptar su invitación hubiera sido una traición política al pueblo mapuche. Y, lamentablemente, tenía razón. Hoy en día, los mapuches siguen siendo criminalizados y atacados por el sistema chileno, debido a los intereses de las empresas forestales y otros actores. Aún no son bienvenidos en su propio país, y la intención es expulsarlos de sus tierras para apropiarse de sus territorios ancestrales para la producción de capital sueco. Boric no ha movido un dedo para cambiar esta realidad, y estoy orgullosa de haber rechazado su invitación.

Ahora vuelvo a Chile porque la situación del pueblo mapuche no ha cambiado en más de una década. La cuestión de la tierra está directamente ligada a la lucha por las reparaciones. Si observamos lo que ocurre en Palestina, en la República Democrática del Congo, en Colombia, en México, o en Brasil con los quilombolas, el conflicto gira en torno a la tierra. Es un tema central para nosotros como activistas políticos. No podemos dejar a los pueblos solos enfrentando esta lucha. Sus causas deben ser conocidas en todo el mundo porque necesitan apoyo internacional. La solidaridad política no es una cuestión de moralidad o compasión, es una cuestión política concreta. Tenemos que estar atentos, asistir a las víctimas, amplificar sus voces, ser el eco de sus demandas. Eso es fundamental para nosotros. Como nos decía Fanon, cada generación debe conocer su misión en un contexto de incertidumbre, y debe tomar la decisión de cumplirla o traicionarla. Yo prefiero cumplir con lo que considero mi misión.

Para mí, esto no es solo una misión, es un deber, una obligación ética, epistemológica y metafísica. No renunciar a la solidaridad política internacional es una necesidad ineludible. Estar del lado de aquellos que sufren bajo la opresión, el sometimiento y el exterminio es casi un instinto humano. Es una forma de preservar la dignidad de las personas que están siendo masacradas por genocidios y crímenes contra la humanidad, como ocurre en Palestina. Es un deber inexcusable, no es negociable. No puedo simplemente apagar la televisión y decir "todavía hay genocidio". No. Porque el genocidio es parte de un mismo paradigma de dominación que comenzó en 1492. Si no participamos activamente en la lucha contra esta guerra interminable contra los pueblos, somos responsables de no actuar. Si pretendemos ser humanos, con dignidad y responsabilidad, entonces debemos comprometernos a luchar contra esta clase de guerra interminable. Es nuestra obligación.

En los últimos años, hemos sido testigos del ascenso de figuras de extrema derecha en varios países, incluyendo a Javier Milei en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, y la posible reelección de Donald Trump en Estados Unidos, así como Marine Le Pen en Francia. ¿Cuál es su análisis sobre este fenómeno y qué cree que refleja acerca de la situación política actual y el estado de la ciudadanía en estos países?

No considero que el presidente argentino Javier Milei, el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, o la posible reelección de Donald Trump en Estados Unidos, así como la candidatura de Marine Le Pen en Francia, deban ser vistos como motivos de preocupación en sí mismos. En cierto modo, debemos reconocer que este fenómeno es un reflejo de la desidia de las personas hacia la política y, en particular, hacia el futuro de sus países. No les importa. Esta apatía se ve alimentada por los grandes medios de comunicación, que deciden qué se puede pensar, leer o escribir. Controlan todo. Con ello, se borran las capacidades críticas de las personas; es uno de los objetivos del sistema. Es crucial que seamos conscientes de esto y denunciemos este lavado de cerebro, entendiendo que estas figuras populistas no surgen de la nada.

Observamos que el sistema financiero, de alguna manera, atraviesa un período de inestabilidad. Para este sistema, la única salida es organizar una guerra contra el pueblo, pero también anular la capacidad crítica y analítica de la población, ya que eso les permite manipular a su antojo. Esto es esencial para el sistema financiero y el liberalismo, que requieren esta falta de crítica para operar. Manipulan los números, juegan con las estadísticas y siembran la corrupción en ciertos países, utilizando instituciones como el FMI o el Banco Mundial y condicionando los acuerdos económicos. Se aprovechan de la arrogancia y el cinismo de aquellos que firman estos acuerdos. Aunque esto no es nuevo, ha alcanzado un nivel de paradoja, cinismo y arrogancia sin precedentes, dado que el sistema se siente amenazado y está visiblemente nervioso ante esta situación.

Han aplicado todas las recetas posibles para despojar a los pueblos de su dignidad y criminalizarla. Esto representa un peligro para todos nosotros, especialmente para los activistas que se oponen a estas políticas. La necesidad de organizar una red de solidaridad internacional sólida es apremiante. Personas como Macron, Milei, Bolsonaro, y, si llega a suceder, Trump, o incluso Putin, funcionan como marionetas de este sistema. El objetivo de este sistema es regular el mundo a su antojo. No quieren enfrentarse a ninguna crítica; buscan su libertad, pero esa emancipación es únicamente para ellos, no para nosotros. Si no comprendemos esta dinámica, seguiremos pidiendo restituciones, mejoras ecológicas y un ambiente más saludable. Pero la cuestión fundamental es la dignidad, ya que el sistema también busca negar la dignidad y la humanidad de todos. Esta guerra interminable contra el pueblo es, en esencia, un mantra del sistema, un concepto que se puede abordar desde perspectivas metafísicas y epistemológicas. Debemos analizarlo y denunciarlo cada vez que se presente la oportunidad.

Mireille Fanon en la Conferencia de la Diáspora Africana de las Americas, Salvador de Bahía, Brasil. Imagen: Filipe Araujo / MinC


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