Desde los dibujos y la estética que elige, Rubin Dranger eclipsa la oscuridad bajo un lema: “transmitir empatía por el otro”. “No dibujo a las víctimas como si fueran esqueletos, como si fueran fantasmas. Quiero retratarlos como lo que realmente fueron: niños, madres, hermanos y padres que todos tenemos”, subraya la autora sueca que una mañana encontró en la fachada de la puerta de su casa en Estocolmo que alguien había pintado una esvástica. No era la primera vez, pero en esta ocasión le pareció amenazante. “Esta vez la esvástica es grande y negra y está pintada en medio de la fachada, y solo en nuestra casa, por lo que parece que hemos sido marcados, señalados. Al igual que tantas otras veces cuando he sido el blanco de racismo o antisemitismo, se me despierta una duda: ¿la esvástica tiene que ver con la herencia judía de nuestra familia o con que mi marido es de color? ¿O las dos cosas? ¿O ninguna de ellas?”. Le preocupa que crezcan los movimientos de extrema derecha que niegan el Holocausto o lo relativizan. “Yo respondo con este libro”, afirma esta creadora a quien desde que tiene uso de razón siempre le ha dado mucho miedo la gente que “sigue la corriente”, un temor que vincula a su herencia judía y la enseñanza del Holocausto: “El mayor peligro es la cantidad de gente que se deja llevar y no protesta”.
Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.
Hace 38 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.