-¿Qué es un recuerdo para vos y qué rol juega un secreto en ese sentido?
-Un recuerdo es una historia que uno se cuenta a partir de experiencias, pero que siempre implica un relato, un recorte. Y el secreto siempre hace que esa historia tenga un nudo más interesante. Yo creo que no hay ninguna historia si no hay algo velado, si no hay algo que falta.
-¿La elección de tu voz en off como ordenadora del relato tuvo que ver conque es una historia muy personal?
-Claro, la voz en off surge a partir de este ejercicio que contaba, que es como el germen de la película: el diario íntimo de mi infancia. Y quedó, sobre todo, en la primera parte, como el ordenador inicial. Después, a lo largo de la película, se va perdiendo. Es como que el diario deja de tener quizás tanta relevancia porque paso más a narrar desde la adultez que desde esa infancia. Pero sí lo considero el punto de partida.
-¿Cómo trabajaste el delicado equilibrio entre la cercanía familiar del tema y la distancia necesaria del ojo documentalista?
-Ese fue el desafío: poder hacer convivir esas dos miradas. Y, al mismo tiempo, creo que esa distancia más narrativa, más desde la dirección, es lo que me permitió hacer algunas preguntas. Sin esa cámara no sé si me hubiera animado a plantear las cosas como las planteo en la película. En algún punto, la cámara me permitió abordar algunas cuestiones que hubieran sido muy duras de otra manera. Y la distancia me permitió poder hablar con todos de la misma manera, sin prejuicios.
-¿Cómo creés que pueden posicionarse los espectadores ante el documental?
-Yo creo que el espectador cuando vea la película puede llegar a vivir una experiencia por momentos más dura, pero también graciosa, porque hay momentos muy bizarros. Un poco el ejercicio de la película es empatizar con el personaje que está hablando y ver en qué momento deja de suceder eso, en qué momento la empatía se corta, y que siempre es a partir de las preguntas que se evitan. Eso es un poco la medida de la película. La empatía llega hasta la respuesta que da el personaje entrevistado.
-¿Realizar el documental te ayudó a asimilar la incógnita con la que habías crecido... o te abrió nuevos interrogantes?
-Las dos cosas. Por un lado, encontré algunas respuestas quizás en la no respuesta; o sea, en la negativa encontré muchas respuestas. Probablemente, también en el montaje aparecieron cosas que me hicieron dar cuenta de aspectos de la propia historia que quizás no estaban de forma explícita, pero estaban de otra manera. Y también encontré el límite, me encontré a mí misma con la sensación de no necesitar saber absolutamente todo para entender algunas cosas. No sé si se me aparecieron nuevos interrogantes, sino una certeza de que tener una respuesta no me garantiza nada.
-¿Esta película es, de algún modo, parte de tu batalla personal contra el olvido?
-Yo creo que sí. Puede llegar a ser un tema interesante el de la memoria y la construcción de los recuerdos y, sobre todo, también de la identidad, cómo se construye uno a partir de lo que recuerda. Y también me pasa que la experiencia de filmar me influyó en otros textos que escribía paralelamente. Por ejemplo, mi novela que salió este año, Los fantasmas les tienen miedo a los perros (justamente hablando de fantasmas), que es una ficción donde no hay demasiado en común con mi historia familiar, pero hay un fondo misterioso, fantasmal, algo oscuro, algo oculto, que siento que viene de esa experiencia del documental, de lo que viví haciéndolo.
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