En lo gráfico, es cierto que la belleza estética de Miyazaki se luce más en pantalla grande que en el papel y que hay algunas viñetas puntuales –sobre todo en las batallas aéreas y choques- en las que cierto barroquismo le disputa la legibilidad, pero el carácter personalísimo del dibujo de Miyazaki, y la construcción del mundo que propone siguen siendo exquisitas y la posibilidad de detenerse durante minutos en un cuadro bien logrado compensa cualquier objeción. Y para los devotos del cineasta japonés es –otro- objeto infaltable.

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