Los relatos de Llamarada son narrados, en muchos de casos, desde el punto de vista, en primera persona o inclinados a la conciencia de una tercera persona, de mujeres. Mujeres en territorios que, un lector seteado durante años a la antigua, podría pensar que pertenecen al reinado de los hombres. En el cuento que da inicio al volumen, “En la mina”, una geóloga viaja desde España para trabajar en una mina de Catamarca. En un ambiente hostil, acorralada por la mirada incisiva e insistente de los mineros, la mujer de a poco va revelando un costado distinto, hasta terminar arriba de una barra, bailando con las piernas descubiertas, en una especie de limbo onírico y perturbador. Un mundo que aparece por contrastes, o en donde el punto de extrañamiento ocurre por el cruce o el choque de dos mundos que, de antemano, parecen disociados. En el cuento “Llamarada”, una mujer viaja a un pueblo en las montañas del norte para observar el movimiento de una tormenta solar que fue pronosticado por un físico como un posible fin del mundo. Mientras espera en un hospedaje inhóspito, conversa con una artesana del lugar que la antepone con saberes tradicionales; ciencia moderna y técnicas ancestrales entretejen una nueva forma de mirar en la protagonista. Becette encuentra en la forma arquetípica del viaje narrado una forma de mirar los espacios que tradicionalmente fueron asociados a los hombres de una manera novedosa y distinta. El viaje como revelación. Exenta de dramatismos, las palabras que utiliza para narrar siempre precisas y hasta técnicas, parecen renombrar y apropiarse de los lugares.

La naturaleza que circunda a los relatos no está puesta de manera anecdótica o como un mero decorado; son paisajes que narran y que eligen ser narrados como un espejo deformado de las emociones cambiantes y crípticas de los personajes. En “Oro blanco”, una mujer acompaña a su pareja a buscar una planta sanadora, tan potente como la ayahuasca, o el éxtasis. La búsqueda del hombre tiene objetivos comerciales, mientras que para la narradora opera como un develamiento. En el discurrir de esa búsqueda por un elemento ignoto y hasta mágico se juegan decisiones más profundas mezcladas con el entorno natural. Pero la naturaleza no sólo acecha en espacios abiertos. Hay dos cuentos narrados en ambientes urbanos desde el punto de vista de chicos. “El hueco en la ligustrina” y “Original, original” tienen como protagonistas a chicos imbuidos en entornos familiares. Y en ambos casos, una grieta, un quiebre, abre el juego para que ocurra lo siniestro.

“Soy pesimista respecto del género humano” dijo Becette en una entrevista reciente, a propósito de la salida de este, su segundo libro de cuentos. El pesimismo del que habla la autora se remonta a un saber técnico en oposición con la naturaleza, a un saber moderno que nos ubica en una lucha constante contra las fuerzas de la naturaleza, que ha desembocado en pandemias, guerras y otras delicias. Aun así, la vieja dicotomía entre la naturaleza y la acción humana sobre ella, encuentra en los cuentos de Becette puntos de conexión y de desplazamiento. Nuevamente, a la forma científica que se respira en los cuentos de Poe, Becette le da un giro, una nueva manera de pensarla. No se trata de dominar la naturaleza, ni de ser dominado por ella; sino que debajo de las prácticas técnicas que nos convierten en esto que creemos ser como humanos, se esconde una forma atávica y siniestra de estar en el mundo. Y esa forma, narrativa al fin de cuentas, es la única que puede salvarnos de lo que creemos que somos cuando habitamos este mundo.  

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