Martínez Daniell parece aunar en su poética dos proyectos que en apariencia estarían en las antípodas, y lo hace como dos cables de corriente alterna: por un lado, la reflexión sobre la escritura y el tiempo, patrimonio del santafesino Juan José Saer, por otro, cierta experimentación con las formas menores de la literatura, patrimonio casi imposible de imitar de Manuel Puig. Los registros en ambos casos coinciden en un punto; una oralidad programática en diversas formas -la confesión, la poesía camuflada de prosa, preguntas que no alcanzan una respuesta- que articula los distintos discursos literarios y se tejen alrededor de la pérdida y el duelo. Esa caja contenedora, la familia que nos forma y nos protege, resulta ser tan caótica como el desamparo de lo real. Parece complicado el lugar siempre incómodo entre dos popes de la literatura argentina, un riesgo que Martínez Daniell asume sin miedo a ser tildado de anacrónico, no solo para armar un sólido proyecto literario, desde Semana, su primera novela, hasta Desintegración en una caja, sino para actualizar la vieja pregunta de cierta época dorada de la literatura postmoderna; cómo hacer para narrar.
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